Estaba en un café con unos amigos, hablando de trabajo, cuando surgió una confesión común: "Ya nadie lee los dashboards." Nos reímos, pero detrás del comentario había una verdad incómoda. Actualmente ya nadie quiere leer un dashboard. Hacemos dashboards para todo. Todo tiene su dashboard. Pero… ¿alguien los está leyendo realmente?
Lo conecté de inmediato con mi trabajo. En nombre de la eficiencia, se ha creado muchos dashboards que se vuelve tedioso el usarlos y ya la gente se enfoca en hacer dashboards y darles mantenimiento en vez de enfocarse en los insights que genera esos dashboards. La energía ya no se va en entender los datos, sino en mantener y embellecer los dashboards.
Estamos llegando al punto absurdo de necesitar un dashboard para administrar nuestros dashboards.
Los dashboards nacieron como herramientas para facilitar la comprensión de los datos. Una manera de convertir números crudos en patrones visuales. Como el tablero de un auto: velocímetro, nivel de gasolina, temperatura del motor. Información clave al alcance de una mirada.
Pero algo pasó en el camino. Hoy los dashboards ya no son ventanas al dato, sino capas y capas de visualización sin contexto, sin intención, sin impacto. El objetivo se distorsionó: dejamos de preguntar “¿qué decisión necesito tomar?” para obsesionarnos con “¿cómo se ve el dashboard?”
Estamos atrapados en una ilusión de control. Creemos que si lo visualizamos, lo controlamos. Que si todo tiene su dashboard, entonces todo está bajo supervisión. Pero la supervisión no es sinónimo de entendimiento. Ni mucho menos de acción.
Hacer dashboards no es gratis. Consume tiempo, atención y recursos mentales. En muchas organizaciones, hay personas cuyo trabajo entero consiste en construir y mantener dashboards que luego casi nadie consulta con profundidad.
Peor aún: los dashboards muchas veces sustituyen a la conversación. En lugar de una discusión analítica sobre lo que está pasando y por qué, se prefiere enviar un link a un tablero con decenas de gráficas que nadie interpreta críticamente. Delegamos la inteligencia al diseño.
Aquí es donde entra una idea poderosa: el valor marginal de la información. Cada nueva gráfica, cada nuevo dato que sumamos a un dashboard, aporta valor… hasta que ya no lo hace. Hay un punto en que la información adicional no cambia la decisión. Su utilidad marginal es cero.
Y, sin embargo, seguimos agregando más.
Entonces, ¿cuándo un dashboard deja de ser útil? ¿En qué momento la información adicional que aporta se vuelve marginalmente irrelevante —casi cero— para la toma de decisiones?
Ahí está el dilema. Cuando hacemos dashboards solo por tenerlos, terminamos perdiendo dos cosas: tiempo y enfoque. Tiempo en construir y mantener sistemas que nadie consulta realmente. Y enfoque, porque olvidamos que lo importante no es el dashboard en sí, sino lo que nos permite decidir mejor.
Nos cuesta aceptar que más información no siempre es mejor decisión. En entornos complejos o inciertos, lo que importa no es cuántas métricas vemos, sino qué tan buenas son nuestras preguntas. Y qué tan preparados estamos para actuar con lo que tenemos
Un dashboard debería ser una herramienta para clarificar. No para reemplazar el juicio, sino para afinarlo. No para predecir el futuro con certeza, sino para preparar mejores respuestas ante distintos escenarios.
Así que vale la pena hacernos tres preguntas cada vez que abrimos (o diseñamos) un dashboard:
¿Qué decisión quiero tomar?
¿Qué información realmente necesito para tomarla?
¿Dónde está el punto en que la información adicional ya no cambia nada?
Si no tenemos claro eso, entonces no estamos decidiendo. Solo estamos mirando. Hay que saber cuándo un dashboard suma y cuándo sólo está estorbando.
Imagen hecha por Dall-E
Prompt: A satirical yet thoughtful illustration depicting the modern dashboard crisis. Show a cluttered office environment where multiple people are surrounded by an overwhelming number of glowing computer screens displaying colorful charts, graphs, and dashboards - but all the people look confused, tired, or are ignoring the screens entirely. In the foreground, show someone frantically creating more dashboards while existing ones pile up unused in the background. Include visual metaphors: a dashboard to manage dashboards (recursive screens within screens), information flowing like a waterfall but pooling uselessly, and a contrast between a simple, clean car dashboard (representing original purpose) versus the chaotic digital dashboard maze. Add elements showing the irony: people having coffee conversations while screens full of data sit ignored, maintenance workers constantly updating charts that no one reads, and decision-makers looking lost despite being surrounded by information. Include subtle visual cues about information overload: traffic light systems stuck on yellow, gauges with needles spinning wildly, and question marks floating above people's heads. The lighting should emphasize the glow of unused screens against tired human faces. Style: modern workplace illustration with a touch of absurdist humor, color palette emphasizing the blue glow of screens contrasted with warm human elements, detailed but not cluttered composition that mirrors the theme of information overload.